PROSA PARA UNA BIOGRAFIA BREVE

  Hace mucho tiempo, tal vez mucho más del que se cuenta que hace, las plazas inauguraban todos los dias las mismas paraleidades, los mismos rostros, las mismas sucesiones y contornos; mi padre me mentía por toda su generación, porque yo todavía no inventaba las mentiras de la mia, la gente empezaba del otro lado de la puerta y la vida del otro lado de mi, las babosas eran únicamente las que habían comido los ojos de la tortuga, las colchas de la cama inmensos prados con flores arrancables a tijeretazos, universalizar era cruzar la esquina y acariciar perros.

  Un día oí golpes de puertas cerrándose, pero no pude saber de donde venían. Fue la primera vez qe vi los relojes en las paredes, ninguno llevaba el mismo ritmo que el otro, se contradecían irremediablemente y a mi me divertía jugar con sus cuerdas y sus agujas hasta que las manos me sangraran, sólo que de vez en cuando los ruidos se repetían acentuándose casi imperceptiblemente la cercanía entre uno y otro y la crueldad de los juegos.

  Mi pelo abandonó hebillas y rodetes y mi padre siguió creyendose sus mentiras; las babosas comenzaron a hablar y cruzar la esquina fue el primer paso del suicidio diario.  Las puertas dejaron de golpear cerrándose definitivamente, y yo interrumpí mi juego para buscar las llaves.  Claro que los relojes siguen sin dar jamás la misma hora, ni el minuto, ni el segundo y yo sigo sin encontrar siquiera la ubicación de las puertas.

Selección de "El gotero de tinta" (Dunken, 2004) Parte I


Para inaugurar la sección, acá va una selección de mi primer librito (que ya no me gusta), por eso he extractado los haikus más pasables de los 100 publicados.
(Entre paréntesis, me puse a buscar la foto de la tapa del libro y encontré que un tipo lo está vendiendo por Mercado Libre. ¡Qué le habrá visto, por dió! La foto de acá arriba es de este ñato.)


I
Rara manera
de auscultar esta ciudad
contando sílabas

II
La maniquí
no sabe que se ve
tan atractiva

III
Estrellerío
fluoresciendo tras las
borrosas torres

IV (nursery)
Duermen en calma,
el miedo aún no encuentra
sus tenues sueños

V
Buscando luz
Pound surge del infierno
y encuentra rostros

VI
Endomingada
la gente opta por otras
formas del tedio




Sensibilidad cardíaca

Para Marquitos, 
por su latir.

I

el corazón - una cueva donde cobijar -
                                                 penas
                                                 del pasado
la sensibilidad del pecho
que late 
-constantemente-
                     agitando la vida

y ahí en el torso
                      está 

dejar esa madeja que se deshilvana - sola -
                                            a su propio ritmo

pulir el tiempo - esculpir -

saber que todo lo que damos siempre es de menos
                                                                       pero es


II

mis manos
             como cuencos 
                        sobre oído ajeno

- secreto a voces-

el dedo índice y el medio
             sobre el cuello

- correspondencia de vidas-

III.

la intimidad

un joven intenta 
         expresar
                 su latido
                      
el tiempo - vorágine-

la calma está en la reunión

dos manos se estrechan
                 símbolo del encuentro


IV.

afuera de lo comprensible
                   el latido

en otro espacio

tan - o más- real
         que el entendimiento

aprender 
         el abrazo

V.

dónde me arraigo
            patria - mis afectos -

         la raíz- pie- sobre la tierra

         el cielo ilimitado 

el sendero
        tejido de muchas tramas

la cabeza abierta -girasol-
                           apuntando sus ideas 
                                al infinito

Allá era sábado

 
A Martine Toé, que me ilumina con su recuerdo

Tenían la piel oscura, tirando al negro o al amarillo, algunas eran muy altas, otras más bajas, las  más bajas eran las de la Polinesia, y llevaban el pelo negro trenzado hasta la cintura y conjuntos de tops y faldas de telas coloridas de flores.
Las más altas son de África, de las colonias francesas, había dicho mi mamá.
Las de África usaban pañuelos como turbantes en la cabeza y de la misma tela unas túnicas ceñidas al cuerpo, que insinuaban tremendas mujeres negras. Ahora esos trajes típicos se han tranquilizado y se han vuelto más monacales, siempre étnicos.
Luján se había engalanado con estas pobladoras exóticas, que en grupos caminaban a la iglesia para misa de siete o andaban en un auto familiar azul.
Había algunas que eran blancas, muy rubias, pero esas se vestían como una novicia típica, como las de acá. Grises y azules marinos con zapatos bajos, y eran señoras mayores, de más de 50 años.
L’eau Vive, se llamaba el restaurant.
Es una congregación de monjas francesas, tienen restaurantes en todo el mundo, había dicho mi mamá. Pero qué raro esto de que tengan restaurantes ¿no? Ellas dicen que hacen el apostolado de la mesa, pero viste lo que cobran? ¿Adónde va esa plata? Andan bastante  desnudas para ser monjas, decía la gente.
- Anoche fuimos a cenar a Aguas Vivas con las chicas - dijo mi tía Ángela - La gente va  a comer para mirarlas y darse corte, porque es caro ¿viste? nunca falta algún tipo desubicado que les dice algo…como Cacho Ventimiglia, que ya te conté, pobres mujeres, me las imagino llegadas de esas tribus medio salvajes
El olor de los productos de la peluquería era intenso y me hacía estornudar, mi tía también tenía un turbante, pero de plástico y chapa plateada, era el secador. Ella hablaba  a los gritos debajo de eso, yo nunca me pondría debajo de eso cuando fuera grande, te convertías en una monstrua, como mi tía.
-¿Viste que una de las negras tiene unas cicatrices en la cara como quemaduras?Gritó mi tía.
Yo miraba a mi muñeca negra, ella tenía la piel perfecta, sin cicatrices, y su vestido no era como el de esas negras, era un vestido de nena con volado rojo con lunares. Es una negra candombera, había dicho mi abuela. La peluquera me había puesto los frasquitos de vidrio chiquitos con sombrerito en una bolsa para que no se rompieran, yo los apretaba y hacían ruido.
-Ángela, esas cicatrices son marcas rituales que les hicieron en las tribus donde nacieron, dijo mi mamá.
-O sea que tenían otra religión antes, entendió mi tía
-Claro, seguro que eso se lo hacen como bautismo, o cuando se desarrollan, a mí me encanta la que tiene las marcas en la cara, viste que alta que es?  Es hermosa.
Mi mamá le hablaba como si le enseñara las cosas, como si fuera una nena mi tía, pero mi tía era más grande, y soltera.
-Bueno, hermosa como decir hermosa… lo que sí tiene unos pechos… grandes ¿viste? Pero no se le caen, bien dura, la negra.
-¿Y qué comieron?
-Pollo al champignon, riquísimo, un plato bien francés ¿viste? Porque ellas son francesas y si vas a un restaurant francés te sirven comida de allá.
Mi mamá le había dicho a papá que la tía iba siempre con las amigas a L’eau Vive y que él la había llevado sólo una vez y que la tía le decía Aguas Vivas, que no tenía nada que ver con el nombre, porque esa palabra quiere decir “El agua viva” y viene de la biblia porque Jesús dijo que él era el agua viva, y que a la gente de Luján se le ocurre decir Aguas Vivas y que muchos comen pollo al champignon porque no se animan a probar otros platos que son deliciosos   porque no saben comer.
Mi mamá estaba feliz, yo también. Era sábado y el sábado era un día feliz, todo lo que hiciéramos un sábado era feliz.
Mientras ellas hablaban yo disimuladamente miraba una revista Nocturno que me había prestado mamá, que tenía unas fotonovelas en blanco y negro donde había fotos de besos. Mi muñeca negra estaba acostada al lado, en otra silla.
De pronto aparecen en una página Romeo y Julieta caminando de la mano por una calle de piedra, pero él está vestido como de ahora y ella con un vestidito mini, el pelo lo tiene igual que en el balcón, suelto y largo.
Mamá tenía un álbum con fotos de la película Romeo Y Julieta. Julieta era hermosa, tenía los ojos verdes y el pelo bien lacio y brillante y largo. La abuela me prometió que me iba a hacer una peluca de pelo bien largo. Julieta tenía un vestido que le levantaba las tetas que se le salían bastante del vestido, Romeo usaba siempre calzas y se le notaban mucho las bolas, a mí me molestaba mirar esa parte, porque no le quedaba bien, mamá me había dicho que en la época medieval se usaban las calzas pero a mí me alivió verlo en esa foto con pantalones anchos y una chaqueta con una polera, era más varón.
El baño es una nube de vapor. Mi cabeza mojada se sacude con la toalla y las manos de mamá. La muñeca negra está al lado, el vestidito se le humedeció  un poco. No la baño conmigo porque se le arruinan las trenzas, es la muñeca más linda que tengo, la quiero porque es negra, aunque no tiene nombre. Es mi muñeca negra.
Llueve afuera del auto de la tía Ángela camino a la iglesia. Mamá dijo que después íbamos a comprar comida hecha. Y si después de comer miran una película de Función Privada la felicidad del sábado es completa.
Llegamos a misa de ocho en  la Iglesia grande. Hay pocas luces y la voz del cura suena con un eco. Hay un olor que me dijo la abuela que es de velas. Está Mariano. Están las negras también. Todas con vestidos largos y cantan muy serias, ellas cantan muy bien, porque son monjas
-¿Mamá. Me puedo ir a sentar al lado de las negras?
- Andá.
Pero Mariano viene corriendo y me dice que vayamos a jugar a la casita.
-No vayan a hacer ruido.
La casita es un confesionario muy chiquito, que dice mamá que le resulta incómodo a los curas y por eso no lo usan.
Entramos y yo siento a la muñeca negra al lado mío.
Cerramos la puerta y miramos para afuera a través de los agujeritos.
Más allá, la gente hace cola para tomar la comunión.
Las negras están todas juntas y yo salgo de la casita y me voy corriendo a parar al lado para verlas de cerca cuando comulgan. La negra que está al lado mío tiene el vestido dorado, como el de una virgen que está por allá atrás y que lllora.
El cura estira el brazo y le da una comunión hermosa, blanca y redonda a la negra. Ella abre bien grande la boca y estira la lengua y la cierra. Debe ser rica la comunión.
Vuelvo caminando despacito a su lado y me arrodillo con ella en los bancos.
Cuando se para yo me paro también, me mira y se ríe y me acaricia el pelo. Me acerca al costado de su pierna  y deja la mano en mi hombro.
Mariano está al lado mío. Le digo al oído
-¿Y la muñeca?
No la tiene.
Voy corriendo a la casita.
No está.
El cuerpo se me dobla de dolor. Voy a buscar a mamá.
Me abraza.
La robaron. Hay tanta gente que entra a esta iglesia. Gente que no es de acá. ¿Por qué la dejaste sola? ¿Ahora qué hago? Llorar.
La cama está fría.
Vete a tu lecho frío y caliéntate dice mi papá. Siempre dice eso. La cara me arde de llorar. Sol parada en su cuna me mira. Está seria porque no juego con ella. Ahora está sentada, habla sola y juega con sus chiches. Mamá se sienta en la cama y me canta una canción de Romeo y Julieta. Me voy aflojando. Miro el fuego de la estufa. Hace un ruidito lindo. De a poco va apareciendo el vestido rojo de Julieta que baila palma con palma con Romeo y después una negra que me abraza y me lleva al baile con ellos.


Eros viaja parado, Tánatos no


Martes 7:30 hs, estación Moreno
Es aún de noche, la niebla nos rodea. Parece el plató de una película de terror con muchos extras: hace 15 minutos que ningún tren llega, la gente se abisma al borde del andén atisbando hacia el idílico Este. No hay noticias, seguimos creciendo en número y en ansiedad y para colmo la niebla no nos deja adivinar los faros del convoy. Yo me acuerdo que en este horario Tánatos volvió a hacer sus negocios no hace mucho, y el entorno triste que me rodea estimula mis pulsiones de muerte.
Al fin llega una formación, pero como podemos ver, varios se quedan en sus asientos. Si a eso le sumo que somos muchos los que ansiamos un lugar en el que sentarnos, la cuenta es sencilla: no me da para forcejear en el amontonamiento de los que ni esperan a que bajen los otros, me quedo atrás mientras aguardo a que los  revoltosos por la rutina del mal viajar hagan su trabajo, y luego subo y me acomodo de pie en un hueco destinado para las sillas de rueda. Viajo una vez cada tanto, y casi nunca en horario poco, me digo, a pesar de mi malestar general y de mi malhumor creciente puedo bancarme una hora y cuarto de pie hasta Caballito, cercanías del Pensadero, mi destino.
Una mujer que rondaría mi edad se para a mi lado. El tren no salió de su estación cabecera y aún hay espacio como para pararnos cómodos, como un viaje de rutina en colectivo.
En Merlo sube el primer contingente numeroso, con un ritmo de abordaje intenso, del tipo "si no te apurás te apuramos". Ahora estamos más cerca, yo de espaldas contra la pared del vagón, ella de perfil. Tiene que correrse un poco más cerca de mí, yo no tengo más remedio que apretar mi espalda al plástico que recubre el interior de este coche nuevo. Eros se asoma, ahora que los roces son inevitables. Ella mira hacia adelante, yo tuerzo mi cuello para mirar por los vidrios de la puerta que tengo a mis espaldas. Los demás hacen lo suyo, se aíslan en sus ipods y celulares, dormitan de pie... Tratamos de simular. Pero Eros ya está ahí, expectate a la próxima parada.
Morón es la última estación antes de que el tren se vuelva "semi rápido": no por darnos una comodidad extra, sino porque ya no entra nadie más, y si se vuelve a detener la gente reempujará y entrará aunque las leyes de la física parezcan desmentirlo. Este es nuestro máximo nivel de compresión hasta que Liniers expulse a muchos como en el mercado de hacienda homónimo. Como es de imaginarse, el malón moronense ha hecho otro tanto en este acercamiento negado pero evidente de nuestros cuerpos. Ya no podemos evitar el roce, no podemos reclamar ni un centímetro cuadrado de espacio más para nuestra avasallada intimidad. Estamos ahí, nuestras caras a centímetros nomás, y ahora simulamos más que nunca mirar hacia otro lado, hacia el paisaje postindustrial del conurbano bonaerense. Pero el doctor Eros está ahí, tomándonos el pulso. Puedo sentir la respiración de esta mujer, pulsión de vida en medio de tantos solitarios apretujados.
Es demasiado, me digo. Luego pienso que para el que viaja así todos los días, este intimar forzoso es algo ya asumido; soy yo el desacostumbrado a este bochorno en pleno invierno. El tren ahora toma velocidad porque pasa estaciones sin detenerse, y los barquinazos que nos zarandean vienen a complicar la cosa. A nuestro lado, Eros se frota las manos. Mal momento para la realidad de nuestros cuerpos sexuados, me digo. La mente dice no, el cuerpo recibe sus estímulos. Pero bueno, es parte de la experiencia del arrasado servicio público de transportes. "Seducción por devastación", me susurra al oído Eros. No, no me gusta para título: yo no quiero seducir a nadie en este viaje, solamente quiero llegar al platónico Pensadero. Ese de los cuerpos anulados por el dominio de las Ideas.
Liniers aparece con su alivio, ya podemos separarnos un poco. Volvemos a ser individuos, retornamos a nuestros mundos privados. Ella sigue hasta Once, yo pido permiso (vuelvo a escuchar mi voz después de varias horas) y me escurro hasta las cercanías de la puerta.
Afuera ya es mañana completa, la niebla se ha disipado y, bajando por García Lorca hasta Rivadavia, la literatura hecha ilusión de lo cercano por llegar consigue que me olvide de inmediato de estos dos amigables enemigos que se encontraron en el Sarmiento y en mí. Eros viajó de pie, Tánatos no.


La promesa






La mañana es silenciosa
en este barrio
donde la Pampa todavía se expresa
con sus latidos sordos
y sus silencios largos
y un hombre cualquiera puede erguirse
estirar las piernas
respirar profundo
caminar con rumbo
a ningún lado
olvidarse por un rato del convenio colectivo
que suscribimos todos
cuando llegamos
a esta tierra misteriosa
fulgor verde que se enuncia
apenas
en el zumbido del viento
el chasquido de las hojas
las frágiles patitas del hornero
sobre el indispensable tejado
que nos protege menos del agua
que del camino
que abrimos con nuestras propias manos.


La mañana es silenciosa
en este barrio
donde parece menos urgente
la letra grande del diario
y las palabras resuenan con voz propia
y convocan
sentido antiguo
eco manifiesto
signo estable
concordancia
tic tac de los buenos tiempos
que no registran las máquinas
cuya fortuna seguimos resignados
expectantes a lo sumo
por los últimos índices de consumo
empleo
producción
exportaciones
cosecha gruesa
superávit fiscal
turistas arribados
reinversiones
que garanticen el crecimiento sostenido
de esta civilización cronometrada
ajustada a los valores
de los indicadores
cuyo ascenso promete elevarnos
al reino de la dignidad
como consumidores
sujetos de derecho
contraparte necesaria
de la inclusión que vamos transitando
para acortar el trecho
de la afrenta
el oprobio
la inexcusable distancia.


Acá uno puede sentarse en un tronco
inevitablemente frío
frotarse el pecho
cruzarse de brazos
y mirar la escarcha disolverse
Heráclito periurbano
frente al cauce minúsculo del río
que subyace todavía
en las profundidades
de lo aprehensible
lo cotidiano
lo mineral.


Acá uno puede
si quiere
cuestionarse las ideas
las consignas
las propuestas
los relatos
si está dispuesto en definitiva
a sentarse en el banquito
y posar para el retrato
y no siente temor
por haber completado la rutina
que con total responsabilidad
ha ejecutado
si se anima a aflojarse la camisa
rascarse la cabeza
sacarse los zapatos
y preguntarse intensamente
y sin apuro
si podremos algún día conducir
la marcha del ladrillo
o acabaremos cubiertos por los muros
de los caprichos.


La mañana es silenciosa
en este barrio
donde a pesar de todo
siempre se escucha batir
a lontananza
el metálico disparo de un martillo
la descarga sorda de un hacha
los rugidos voraces de las sierras afiladas
himnos genuinos
de la esperanza
de un pueblo que sabe que la Historia
es mantener caliente la casa.


La mañana es silenciosa
en este barrio
de viejos paraísos
y olmos altos
donde los perros duermen en las calles
y las liebres erráticas esquivan autos
y los chicos van de blanco a la escuela
charlando
esperando que nosotros
les mantengamos la oferta
del progreso
y el salario.

REESTRENO



  Acercó el banquito al placard, se subió, abrió de un tirón la puerta de la baulera y estiró la mano. No alcanzaba a tocar nada. Estiró los pies hasta pararse en las puntas, volvió a tantear y  encontró el paquete.  Tiró del hilo sisal que ataba el papel de diario y de a poquito el hallazgo vino hacia él.

  Lo bajó, lo puso sobre la cama y empezó a desarmarlo. Un papel, después otro y otro. Ahí estaban las bolsas de nylon.  La más grande guardaba la chaqueta azul con las charreteras doradas, las falsas medallas y los botones marineros. A pesar de las marcas de los dobleces estaba impecable. Las bolitas de naftalina, ahora destruídas, habías hecho bien su trabajo: ni un agujero en la sarga.  La acomodó poniendo el cuello en la almohada, estiró los flecos rojos de las charreteras, superpuso una pechera sobre  otra, prendió los botones y los lustró.

  En otra de las bolsas había una calza blanca un poco gastada en las rodillas pero nada amarillenta. Igual no sabía si ahora le convendría usar calzas. ¿Un pantalón del mismo azul de la chaqueta se conseguirá?
Envueltas en papel de diario estaban las botas, se veían bastante enteras. Las espuelas estaban un poco manchadas, fue a buscar el limpia metales y con un algodón las repasó delicadamente hasta hacerlas brillar. Pomada, eso si le faltaba al cuero,  y mucha. Pero no tenía. Siempre se olvidaba de comprar.

  En la bolsa más chiquita encontró barbas, bigotes y patillas, todas de pelo natural. Desenrolló las barbas, una pelirroja, otra rubio oscura y las acomodó sobre una toalla. Quiso peinarlas pero el exceso de spray las había dejado muy duras. Había que lavarlas. Fue hasta  la cocina, buscó un cuenco ancho y no demasiado profundo, lo llenó con agua tibia y jabón blanco, lo apoyó sobre la mesada y puso las barbas en remojo. Las hundió en el agua jabonosa casi acariciándolas con los dedos arrugados. ¿Cuál usaría esta vez? La pelirroja siempre le había dado un toque sarcástico. Impresionaba más.

  Sacudió las manos y las refregó contra el pantalón. Sacó el vino de la alacena, se sirvió una copa y volvió al cuarto. Sabia que en el sobre de cuerina  gris que guardaba en la biblioteca estaban las hojas. Lo tomó, puso  la copa en la cómoda, se sentó en el sillón que estaba bajo la lámpara,abrió el sobre, sacó los papeles y cruzó las piernas. Apoyó en ellas el libreto.


  Suspiró feliz y le dio una mirada al desempolvado  vestuario desplegado sobre la cama. Ahora si,  podía volver a estudiar su parlamento.

Añoralgias

Hoy viernes 14 de junio, a escasas 24 hs. de otra tragedia sarmientina para la colección amarillista, siento añoranza de bocinas y nostalgia de chicharras. Combinadas, se funden en calladita añoralgia que mira en lontananza hacia el idílico Este y nada, ninguna luz, ningún sonido. Es que el silencio recorre las vías, la estación está vacía. Enfrente, sobre la avenida que es también ruta, impúdicas se exhiben las filas junto a las paradas de los  colectivos que hoy son más caóticas que de costumbre. 
Si hasta echado en mi cama, a la vuelta de la estación, recuerdo de haberme olvidado escuchar el de las 15:29 rumbo a Moreno. Nada. Y los apretujamientos de La isleña, en viaje a Luján, no son lo mismo. No, ni pizca de condimiento sarmientino. 
Crónica triste ésta, de las que se callan pronto porque no tienen nada que decir. Si me retacean la experiencia y la imaginación flojea, mejor buscar el punto final.

Comentario a "Cosas que pasan" de Hernán D'Ambrosio




Elogio del Ocio
Por Maximiliano Sacristán


La aparición de la primera novela de Hernán viene a confirmarme la sensación que me rondaba desde que conozco a su autor: nadie más en esta ciudad podría narrar con tanta contundencia. Cualquiera pude verificar lo que afirmo con apenas hojear las primeras páginas de Cosas que pasan y repetir conmigo: «este muchacho es el mejor escritor rodriguense». Una trama ingeniosa, una narración siempre ágil, una ironía parejamente dosificada a lo largo de más de doscientas páginas, personajes que se paran nítidos desde el primer capítulo (¿cómo no enamorarse de la protagonista?), el cruce jugado de cultura posmoderna e intelectualidad (Nietzsche en diálogo con los Redonditos)… En fin, quiero decir: esta novela entretiene contando una historia, que es el objetivo primero y fundamental de la literatura. Toda la imaginación desbordante que Hernán despliega cuando charlamos se muestra en esta novela que es, lo repito, un acontecimiento para el ambiente local, puesto que textos con esta combinación de originalidad argumental y efectividad narrativa no se ven a menudo por aquí.

Hay un aspecto en el que me quisiera detener en esta breve columna de opinión, puesto que encierra el espíritu de la novela y tiene que ver con algo que esbocé más arriba: el humor que se esparce como un bálsamo por las páginas de Cosas que pasan no es inocente, ya que su autor se apropia de los códigos de la ficción para trazar una crítica mordaz a la sociedad en la que vivimos, y que me animo a definir como esencialmente utilitarista. Y es que este terceto de personajes principales (¡bendición!) no quiere ser útil a la sociedad, ellos no quieren tener poder ni usarlo, no les importa hacer plata, no; estos jóvenes sólo quieren adueñarse del mayor tiempo libre posible para ejercer su ocio creativo. Recuerdo a Inés, esa oficinista quien, crucificada a diario por la maquinaria de la burocracia, es la perfecta antítesis de Sonia, y el pasaje del libro que las cruza no deja lugar a dudas. Esta crítica que Hernán despliega al paradigma del perfecto burgués —ciudadano ocupado, responsable padre de familia, exitoso en sus negocios, en fin, útil—, aparece con fuerza en palabras de Federico cuando dice «Estamos haciendo tan mal las cosas que la desocupación es un mal y no un objetivo». Y luego agrega: «¿Cómo puede ser que necesitemos estar ocupados?». Detengámonos en la etimología de la palabra negocio (nec-otium): es la negación del ocio creativo, ese ocio que los griegos tanto apreciaban y que debían abandonar forzadamente para cumplir con sus obligaciones comerciales (sus negocios), para luego volver felices al tiempo en el que (aparentemente) no se hace nada. Y yo, experto en el arte de tirarme en la cama a mirar el cielorraso, mientras dejo vagar la mente, no puedo menos que sentirme identificado con esas palabras.
¡Bravo Hernán! Festejémoslo.


A publicarse en el semanario El Vecinal de Gral. Rodríguez.

Se consigue en librería Macondo, Av. España y Avellaneda, Gral. Rodríguez.


Sobre "Diario liberto" de Maximiliano Sacristán

Por Mariano Massone

Conocí a Maxi por intermedio de Mauro. Él me prestó su libro. Hoy lo abrí y lo empecé a leer, todavía no lo terminé, voy por la mitad. Es un diario inmenso, fragmentario, justo para leer salteado y de pasada en pasada. En estos tiempos ya no se pueden leer cosas largas, la época de los novelones de Dostoievsky ya pasó. Ahora lo conciso, rápido, se vuelve necesario. 
Lo mejor de Maxi es que no tiene consuelo: puede ir con quince jóvenes de un partido político a pintar paredes, pero sabe que la vida no está ahí, que siempre está en otra parte. Pasternak les decía a sus contemporáneos en un encuentro de la sociedad de escritores soviéticos: “¡No se organicen!”. Obviamente que cuando los burócratas escucharon ese grito desgarrador arriba del escenario lo bajaron de las orejas, por no decir, a los palazos. 
Maxi es de esos que no se organizan, que dejan que las arañas tejan sus sistemas sigilosamente. Él no posee sistemas, es una red de red y siempre, los que somos redes de redes, los que conectamos lo “inconectable” y desmedidamente somos vistos como gente fuera de su época, pero no por modernos sino por cavernícolas. “El futuro ya fue” decía Libertella, “El futuro llegó hace rato” decían Los Redondos. En esas frases se mantiene lo escrito por Sacristán.

Fragmentos de Diario Liberto:

“Memento 2
Una instantánea. Estar cruzando la llanura en tren, en verano, con el sol cayendo de frente, y de repente, por las ventanillas, una invasión de panaderos que llega desde el campo abierto. Quedan levitando dentro del vagón, ahí, mansitos, al alcance de la mano.

Quoti-dianus 2
Observo al gato desde mi cama, despatarrado como está entre las flores del patio, y noto que ambos nos esforzamos por el mismo cometido: atravesar esta mañana asfixiante de verano de la mejor manera posible. Sí; la fiaca nos hermana, aunque él cuenta con la ventaja de sentirlo sin tener que testimoniarlo.

Paisaje
Esta tarde tuve que cruzar una zona que esta ciudad exhibe con orgullo impúdico. Es un blanco que se expande como un cáncer, toma descampados, plazas, calles, casas. Se chupa la vida y a su paso deja la monotonía del paisaje industrial. Como en la película “The wall” un muro de concreto avanza devorándolo todo con el desenfreno del Progreso (para unos pocos). Hoy vi caños prendidos a las paredes como cicatrices, vi humo escupido de chimeneas descomunales, vi inmensos tanques de metal que brillaban con el sol del atardecer, vi obreros salir y entrar por los orificios de concreto. Y vi agentes controlando a los obreros, vi gerontes gerentes controlando a los agentes. No; definitivamente ésta no es la sheakespeareana leche de la bondad, éste es un veneno blanco que mata todo lo que encuentra a su paso.

Invisibilidad
De mañana. Limpio los rincones de esta pieza en la que vivo y descubro un sistema de telarañas entre las patas de los muebles. Silenciosas, ellas tendieron sus redes alrededor de mis pasos. Así me gustaría obrar, con el sigilo de las arañas."

Otra vez sola, naturalmente


                                             Ante la ley - Kafka


Va a cerrarse esa puerta

definitivamente

y yo, sola otra vez,

voy a dejarme caer

voy a llorar.

No es que no pueda soportar el aislamiento

es que empiezo a creer que otros tampoco se van a animar

a buscar su propia puerta,

a tomarla por asalto,

a vencer al guardián,

a contemplar los ojos de la ley.

A contemplarme.

Los chicos de ayer vuelven al barrio




Los chicos de ayer vuelven al barrio
a gastar algunas horas
en las que fueron sus casas
sus calles
su escenario
hace unos años
apenas
según como se los mire
unos pocos
cuantos años
antes de la fuga
los golpes
y el desagravio
cuando llegaban caminando
o en remís
de madrugada
y cruzaban los pasillos como un rayo
y se encerraban en sus cuartos expectantes
y soñaban
sueñan todavía
sin saber a ciencia cierta:
la paz
la justicia
una hazaña
el aplauso
la libertad
el amor
un beso
cualquier trabajo.
Tan distintos a los chicos de hoy
estos chicos de ayer
que gritaban desde los techos
asustando a algún vecino
y pateaban la pelota bien alto
y peleaban también
si alguien quería
tomar el barrio por asalto
vuelven a sus antiguas casas
prueban viejas recetas
escuchan las mismas historias
y entierran a sus padres
de tanto en tanto
o encuentran fotos viejas
y se quedan pensando:
la infancia
los amigos
la ilusión
el desencanto.
Los chicos de ayer vuelven a sus casas
y a media mañana
salen a comprar el diario
pisando las mismas
veredas rotas
para siempre vacías  
taciturnos
extranjeros
cabizbajos
alzando la mano para saludar a algún viejo
de los pocos que van quedando
de esos tiempos suyos
tan distantes
y cercanos
que parece mentira
que se hayan convertido en estas sombras
que vagan extraviadas por el barrio.

Un trípode de poder (Parte 1)






Un trípode de poder


(I) Economía: Las virtudes de la leche

La verdad láctea 
no me deja ver
la vía láctea.
Han encendido las chimeneas
porque reactivaron el consumo
y yo calculo:
polvo estelar más polvo industrial igual a…

Mala idea aficionarme a la astronomía
en este pueblito de camioneros
platudos, argentados, argentinos.

(Pero todos acá comen del Gran Pajarón Blanco, hijo mío
¿o será al revés, Hierónimus Pascual?
Nos ha tocado habitar la puertita derecha
del jardín de las delicias:
¿Llegás hijo mío a ver el pajarito allá sentado en su trono?
¡Fijate cómo morfa obreros, caga obreros!)

 
Arriba en la bóveda celeste postindustrial
alguien mordió la teta
de la diosa producción
y nos dejó otro sendero blanco flotando en el aire.
Leche, lechita, lechaza.
Sí, el slogan es un ritornelo que recorre estas calles:
hay una verdad, no en la nerudiana noche planetaria
sino en los innumerables camiones que trafican
con la puritana inmaculada aguada lechita
nívea traza que guía al pueblo obrero.
¡Oh Atlas de entrecasa, sostiénenos con brazo firme!

(Porque vos también podrías comer del Gran Pajarón Blanco, hijo mío
¿No te gustaría ofrendar tus músculos virginales
a su estómago insaciable, hijo mío?
Sueldo en blanco, sindicato, vacaciones pagas, obra social.
Ser parte de la dieta descremada del animal, oílo producir
dale que dale tomar asalariados despedir asalariados.
Es ahora, hijo mío, cuando tanto consumo lo deja con hambre.)

 
Hace frío en la terraza,
ya es tarde para el primer turno.
Las observaciones astronómicas
van a quitarme el presentismo,
y yo sigo sin saber cuál es la verdad láctea
¿Fue Heracles o Pascual? ¿Quién de los dos
mordió más fuerte la teta del Progreso?
Los griegos no se imaginaron semejante final, no,
ni el Pajarón de Hierónimus pretendía darme letra
para este delirio producto de los gases postindustriales.
Anestesiado. Alienado.
Agradecido por la combustión de la verdad.
Guardo las cartas celestes.
Me voy a dormir.