Comentario a "Cosas que pasan" de Hernán D'Ambrosio




Elogio del Ocio
Por Maximiliano Sacristán


La aparición de la primera novela de Hernán viene a confirmarme la sensación que me rondaba desde que conozco a su autor: nadie más en esta ciudad podría narrar con tanta contundencia. Cualquiera pude verificar lo que afirmo con apenas hojear las primeras páginas de Cosas que pasan y repetir conmigo: «este muchacho es el mejor escritor rodriguense». Una trama ingeniosa, una narración siempre ágil, una ironía parejamente dosificada a lo largo de más de doscientas páginas, personajes que se paran nítidos desde el primer capítulo (¿cómo no enamorarse de la protagonista?), el cruce jugado de cultura posmoderna e intelectualidad (Nietzsche en diálogo con los Redonditos)… En fin, quiero decir: esta novela entretiene contando una historia, que es el objetivo primero y fundamental de la literatura. Toda la imaginación desbordante que Hernán despliega cuando charlamos se muestra en esta novela que es, lo repito, un acontecimiento para el ambiente local, puesto que textos con esta combinación de originalidad argumental y efectividad narrativa no se ven a menudo por aquí.

Hay un aspecto en el que me quisiera detener en esta breve columna de opinión, puesto que encierra el espíritu de la novela y tiene que ver con algo que esbocé más arriba: el humor que se esparce como un bálsamo por las páginas de Cosas que pasan no es inocente, ya que su autor se apropia de los códigos de la ficción para trazar una crítica mordaz a la sociedad en la que vivimos, y que me animo a definir como esencialmente utilitarista. Y es que este terceto de personajes principales (¡bendición!) no quiere ser útil a la sociedad, ellos no quieren tener poder ni usarlo, no les importa hacer plata, no; estos jóvenes sólo quieren adueñarse del mayor tiempo libre posible para ejercer su ocio creativo. Recuerdo a Inés, esa oficinista quien, crucificada a diario por la maquinaria de la burocracia, es la perfecta antítesis de Sonia, y el pasaje del libro que las cruza no deja lugar a dudas. Esta crítica que Hernán despliega al paradigma del perfecto burgués —ciudadano ocupado, responsable padre de familia, exitoso en sus negocios, en fin, útil—, aparece con fuerza en palabras de Federico cuando dice «Estamos haciendo tan mal las cosas que la desocupación es un mal y no un objetivo». Y luego agrega: «¿Cómo puede ser que necesitemos estar ocupados?». Detengámonos en la etimología de la palabra negocio (nec-otium): es la negación del ocio creativo, ese ocio que los griegos tanto apreciaban y que debían abandonar forzadamente para cumplir con sus obligaciones comerciales (sus negocios), para luego volver felices al tiempo en el que (aparentemente) no se hace nada. Y yo, experto en el arte de tirarme en la cama a mirar el cielorraso, mientras dejo vagar la mente, no puedo menos que sentirme identificado con esas palabras.
¡Bravo Hernán! Festejémoslo.


A publicarse en el semanario El Vecinal de Gral. Rodríguez.

Se consigue en librería Macondo, Av. España y Avellaneda, Gral. Rodríguez.


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