Creatividad del Homo faber



Me estaba bañando y el Sarmiento volvió a darme letra. Me explico. Vivo a la vuelta de la estación de trenes, y esté en la habitación que esté, si escucho la potente bocina de las locomotoras no puedo dejar de calcular, por ejemplo: es el de las 15:47 rumbo a Mercedes que pasa 20 minutos tarde.
Pero ahora, en el ahora del baño, escucho una bocina especial: es la del maquinista que toca "ta tarara ta", como el del programa de Carlitos Balá, pero sin el griterío de los chicos que en el estudio del viejo Canal 7 y ante este estímulo del humorista, le respondían a coro "¡Balá!". Hacía rato que no escuchaba a este muchacho de la Fraternidad que tiene la grata cualidad de hacer su trabajo de una manera especial, por eso es reconocible aunque nunca lo haya visto. Y mientras seguía con el ejercicio de la esponja y el champú (la ducha es un lugar de silencio y reposo ideal para pensar, más aún si es de inmersión, lástima que no tengo ni tuve bañadera), decía que mientras seguía duchándome, me acordé de esa escena de Tiempos Modernos en donde Charlotte tiene que trabajar de sereno de un centro comercial, y cumple con sus recorridas no caminando sino sobre patines: a un trabajo rutinario, él le ponía la creatividad de hacerlo sobre ruedas y así volvía original lo que hubiese sido monótono y repetitivo.
Claro, Chaplin había leído a Marx y sabía que el trabajo, con su rutina implacable, aliena las mentes y oscurece los corazones. Y pensaba que este maquinista (nebulosos como suelen viajar, ocultos tras las cabinas enrejadas) estaba haciendo lo mismo: se diferenciaba de sus compañeros, y se volvía único, especial, gracias al solo ejercicio de tocar la bocina de su locomotora de una manera distinta, con esa musiquita que rompe la monotonía de la pampa férrea y que a mí me recuerda las tardes frente al televisor con Carlitos Balá que incitaba a los nenitos que tenían la suerte de verlo allí mismo, en el estudio, a responderle con un ensordecedor "¡Balá!".

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